El silente espacio, se extendía entre menudos y titilantes destellos, como el altavoz de su respiración contraída y entrecortada. El vaho sobre la luneta, se hacía denso por momentos. Una inesperada lágrima no evitó que el movimiento instintivo de su mano y dedos chocara con la escafandra. El astronauta se inclinó sobre sí mismo y no quiso estar allí.
Pedro luis Ibáñez Lérida. 04-03-08
0 comentarios:
Publicar un comentario