De Pedro Luís Ibáñez Lérida.
El álamo blanco, desnudo de hojas
con brotes de la próxima primavera,
se deja picotear por los pardos gorriones.
La brisa de la tarde de marzo, desabrida,
remueve toldos, persianas y macetas,
como alma inquieta y traviesa.
Geranios, crasa, cintas, aralias
se agitan en los balcones agrestes
bajo la claridad adusta.
Hay un rictus de adioses
en la tarde grisanaranjada
Vienen, apenas digo, a mi memoria,
las voces de los que se fueron.
Y creo buscar en ese lugar
la mía dispuesta a no olvidarte.
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