
Tras ajustarse las gafas, volvió a la lectura de aquel poemario. Aunque extrañado de no haber escuchado ningún chasquido de lengua, refunfuño gutural o el consabido murmullo de desaprobación, prefirió continuar. Su voz se elevaba cadenciosamente, marcando las pausas, recobrando el tono, haciendo palpitar la palabra en su boca; atemperando, incrementando la intensidad, según se necesitara para modular la expresividad del texto.
Esta vez, la puerta se entreabrió. Leía: El aire azul se hizo hiriente en tus labios. El doctor confirmó la hora del deceso a las 11.16. El lector por horas debía buscar otro cliente
"Alles Ohne Nichts". Daniel Richter. Lütjenburg. 1962.
0 comentarios:
Publicar un comentario