miércoles, 24 de diciembre de 2008

Tríptico del fulgor herido. A la memoria del Compañero Poeta Carlos Hermoso Asquerino

De Pedro Luís Ibáñez Lérida.


A la memoria del Compañero Poeta

Carlos Hermoso Asquerino.

Invierno de 2.008.

Recuerdo el primer albatros que contemplé. Fue durante una larga tempestad, bien adentrados en las aguas de los mares antárticos. Subía yo de mi guardia nocturna abajo hacia la cubierta. El cielo estaba recargado de nubes. Allí, reclinado sobre el principal cuartel, vi un ser dotado de plumas, de blancura inmaculada, y con un pico curvo y romano, sublime. A intervalos, la criatura levantaba sus grandes alas de arcángel, como si quisiera proteger algún arca sagrada. Se agitaba en admirables revoloteos y se estremecía. Aunque no tenía daño corporal alguno, profería gritos, tal el alma de un rey en sobrenatural aflicción.

Herman Melville.

- Moby Dick -.


I

Albo. El reducto de dulcedumbre
en ardiente propósito de luz
para socavar el aullido de las nubes,
que embargan la sed del hombre.
Plata. Fría consistencia alada,
hiende el curvado brillo
y reconoce la naturaleza yerta
como cera en labios de cereza.
Blancura. Reposo que reniega la paz,
como un certero y preciso dolor,
sin contrapeso en el último vuelo.
Níveo, su rostro de bellas facciones,
consumido el hechizo vital,
sin sostén en la frágil sutura
que reclama los días de gozo.
Lívido. Semblante dormido
sobre el regazo destemplado
que sólo las manos amantes
sabían estirar y calentar.

Es el silencio, ensimismado,
profundo pozo de agua brillante.


II


Yo nada tengo mío; sólo, acaso,

El gesto de ir poniendo, aquí y aquí

La mano con ternura.

Rafael Guillén.

- Gesto definitivo. 1972 -



Aquí pongo la mano. Voy poniendo,

en la ausencia, el aire del olvido

sin ni tan siquiera rozarlo.

Apenas, hacer el sutil gesto

de acompañar el espacio

que va dejando tras sí.

Dulcemente, libero el don

que tiene mi mano. Abierta,

como una veleta posando al cielo.

Y transcurre, entre los dedos,

la nada; un vacío solemne;

destierro que no encuentra pérdida

porque no hallamos el suceso.


Aquí pongo la mano. Voy poniendo
en la muerte que se deshace,
lento discurrir de la memoria,
el inveterado signo del rito
que nos convoca e invita
a desposeernos de la sombra.
Tiernamente, ahueco el peso
de mi mano. Entreabierta
como un caldero humeante
que evapora su odorante aroma.

Tomaré la tuya. Exangüe y fría.
Y ambas, serán una sola.


III

Hundir las manos en el agua

Julia Uceda.

- Extraña juventud. 1962. -


Hundir las manos en el agua,

precipitar el sofoco herido
del palpitar de la palabra
en la corriente fulgurante
con reflejos de fría plata.
Asir el verbo que conjuga
y deletrearlo en voz alta,
que nadie se asome, si no es,
para llevarlo en volandas.

Sólo en su frente dormida,
la marchita y cansina luz
es prodigio del alba.


Pedro Luis Ibáñez Lérida




Muerte.1998.
Markus Luepertz.
Liberec -República Checa- 1941.

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