La leve brisa alcanza el tiempo y lo deshace en las manos. Porque de la palabra, surge el hecho del que hablamos. Ya es nuestra. Nos habita sin condiciones. Y así fue que, desde entonces -ya colmada la senda del encuentro-, nuestros pies desnudos hollan su rastro y nuestro espacio le pertenece. La palabra poética se hizo paciente y germinó como aflicción -alud de astillas- pero también como prodigio -cauce de luz- en los labios sumidos en su frescura.

El día 4 de noviembre de 2.008, junto a mis queridos compañeros de Baratillo Joven. CreAcción Poética, llevé la palabra a la cárcel. Durante el camino hasta aquella, el otoño dormía en el cielo.
El chasquido de los cerrojos era un crujir de escarabajos pisoteados. Atravesamos los pasillos. Muchas de aquellas miradas respiraban asombro y curiosidad. Otras, desgana y apatía. Nuestras voces treparon sobre sus cabezas. Más allá de todo, me sentí pájaro solitario e invisible en la enramada.

El día 4 de noviembre de 2.008, junto a mis queridos compañeros de Baratillo Joven. CreAcción Poética, llevé la palabra a la cárcel. Durante el camino hasta aquella, el otoño dormía en el cielo.
El chasquido de los cerrojos era un crujir de escarabajos pisoteados. Atravesamos los pasillos. Muchas de aquellas miradas respiraban asombro y curiosidad. Otras, desgana y apatía. Nuestras voces treparon sobre sus cabezas. Más allá de todo, me sentí pájaro solitario e invisible en la enramada.
La forma se cumple sólo en el descondicionamiento radical de la palabra. La experiencia de la escritura es, en realidad, la experiencia de ese descondicionamiento y en ella ha de operarse ya la disolución de toda referencia o de predeterminación. Tal es la vía única que en la escritura lleva a lo poético, a la forma como repentina y libre manifestación.
José Ángel Valente.
La piedra y el centro. 1982.
La piedra y el centro. 1982.

- Proemio del desafecto -
Allí, el tiempo es clausura,
- llama débil intramuros -
desoladora e inasible luz;
desacompasado destino incauto.
Allí, las paredes están muertas en pie,
- cadáver arrojado e insepulto -,
las plumas del ángel son barrotes
para permanecer en el cieno.
Allí, te agujerea el frío,
silenciosa ráfaga lacerante,
hoja de bruñida plata,
corte que separa lápida y epitafio.
Allí, la lengua de fuego,
devoró al verso desnudo,
y el poeta, rescoldo y ceniza,
se olvidó de su carne.
La cárcel.
Javier Clavo.
Madrid. 1918 - 1994.
I
El aire muerto descansó sobre los párpados ciegos.
II
Descubierta la estancia, la locura cavó su ira.
III
La sonrisa triste exudaba grisú;
la salobre acidez se hizo cristal en los labios.
IV
Regresamos con el dolor del anzuelo
y la herrumbre del óxido.
V
Ardía la soledad. Aún permanece humeante.
El aire muerto descansó sobre los párpados ciegos.
II
Descubierta la estancia, la locura cavó su ira.
III
La sonrisa triste exudaba grisú;
la salobre acidez se hizo cristal en los labios.
IV
Regresamos con el dolor del anzuelo
y la herrumbre del óxido.
V
Ardía la soledad. Aún permanece humeante.
Allí, el tiempo es clausura,
- llama débil intramuros -
desoladora e inasible luz;
desacompasado destino incauto.
Allí, las paredes están muertas en pie,
- cadáver arrojado e insepulto -,
las plumas del ángel son barrotes
para permanecer en el cieno.
Allí, te agujerea el frío,
silenciosa ráfaga lacerante,
hoja de bruñida plata,
corte que separa lápida y epitafio.
Allí, la lengua de fuego,
devoró al verso desnudo,
y el poeta, rescoldo y ceniza,
se olvidó de su carne.
La cárcel.
Javier Clavo.
Madrid. 1918 - 1994.
2 comentarios:
Sin palabras.... :*********
... con las tuyas se abrevian los labios...
BErSOS.
Publicar un comentario