Las pulsaciones no entienden
de endecasílabos o parentescos.
No son momentos pre-fabricados,
sino olmos que no dan peras.
La muerte fue el momento de ruptura.
Para ellos el amor sólo había sido
serrín y cenizas, imágenes borrosas
reflejadas en el humo de un cigarrillo;
ese asunto pendiente que desvela
a las cuatro de la mañana de un día
cualquiera. Sentimientos que mutan y
dan unas cuantas embestidas en nuestro yo.
Fueron niños estrangulados con el cordón umbilical,
gafas rotas para ojos destrozados que no pueden llorar;
fueron sus propias camisas de fuerza. Se ahogaron
hasta que dejaron de respirar sus anhelos.
Se hicieron el harakiri despacio, mientras continente
y contenido temblaban entre sus dedos y se servían
más alcohol.
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