jueves, 6 de enero de 2011

Te escucho.


Te escucho.

Te escucho...
en el inexistente silencio
que taladra mis tímpanos.

Te escucho alto y claro,
tu voz alegre y risueña,
tu timbre sereno y severo,
la de siempre y el de nunca.

Te oigo
tremendo como un trueno
y seguramente me merezco
tamaña lluvia de granizos.
Tus palabras, lápida(ria)s,
me sepultan, y con razón.

Por supuesto.
Ahora te entiendo,
¡ahora lo entiendo!
No era necesaria ni la búsqueda
ni la espera,
perderme en encrucijadas
sólo ha sido perderme en encrucijadas.
No había más lecciones que aprender.

Todo lo que necesito me lo dejaste ahí,
a mis pies,
justo donde me lo plantaste
antes de tomar ese último vuelo
hacia NuncaJamás.

25-11-2010


Dedicado a alguien que me sigue leyendo desde la más apabullante distancia.
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