Creo advertir que tu nombre
deja de ser un fonema,
un sonido de cercano ritmo,
la similitud con tu estar.
Vislumbro que tu aire
no es sólo lo que sonríes,
la cortedad del rubor,
el beneficio de tu imagen.
Atisbo, no sin dificultad,
que el sabor te cabe dentro
y la envuelta de tu alma
son caminos celestes
que navegan en la mía.
Visos de tornasoles lucientes;
son indicios de cuánto detentas
y, en ellos, se cifra el destello
que, aun queriendo evitar
tus palabras asienten y evocan.
No puedes detener la corriente
de la mansedumbre que aflora:
en el cauce del río, tu oro,
y entre los guijarros, mi sombra.
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