jueves, 24 de abril de 2008

Lo demás es silencio, padre

De Pedro Luís Ibáñez Lérida.


Lo demás es silencio, padre,

que acude en tu ausencia para despojarme

de cuanta luz azul pregonó tus caricias

en la infancia que no deja de sanar en mí.

Fueron los días de parque marchito,

con soles entre hojas, como lucerna tímida

que agota su llama en el aceite paciente.

Allí corrí sobre tu boca siendo niño,

para callar en la congoja de este pecho

de hombre anegado por el vacío.

Lo demás es silencio, padre,

hay un tiempo de rotos presagios para siempre,

que duermen en este desamparo,

en la dolencia más íntima y secreta

que anda conmigo a todas partes,

sin hablarme, sin desearme,

sombra del tiempo extinguido

en el naufragio de tu adiós.

Estoy solo en este lugar del que me asombro,

como un extraño en la ciudad desconocida:

perdido, violentado por este abandono

que no halla alivio ni descanso.

Lo demás es silencio, padre,

y, mientras estos días no recojo las palabras,

apremiadas en el devenir diario que se aleja,

el azahar dichoso de tu voz declama

cuánto amor hemos de perder para amar

sin que el reguero de sangre confunda la ternura

con un gesto de liquidez inmediata.

Ahora que el universo es un latido sin fuerza,

quiero ataviar tu cuerpo yerto con mis labios,

que prendan la lividez de tu rostro,

y hablen del amor, de ese amor que te tuve.


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